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Cada día parece repetirse como el anterior. Ya no sabes en que invertir el tiempo para que consideres que está siendo bien invertido. Tu condición de afamado arqueólogo no parece que esté aportando nada nuevo a estos días. ¿O debería decir condición de ex-arqueólogo? Es obvio que eso depende sólo de ti. Tú eres quien decidió encerrarse y darlo todo por perdido después del accidente en Méjico. El sentimiento de culpabilidad que has decidido cargar en tu espalda, no puede ser muy bueno. FUE UN ACCIDENTE. No eres culpable de nada. Y aun así, el haber perdido a un miembro de tu antiguo equipo.... te tiene confinado y amargado.

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Hoy parece ser que va a ser un día más en tu, voluntariamente autoasignada, asquerosa vida. Pero es cierto que sólo parece...

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¡Ding-Dong! El timbre de la puerta suena, y te diriges a ver quien es. Es un repartidor de una conocida compañía de mensajería y paquetería. Sostiene un pequeño paquete en la mano. Pregunta por ti, y tras confirmar tu identidad, te solicita que firmes digitalmente en una PDA que lleva en la mano. Una vez haces esto, te entrega el paquete y se despide con un saludo, marchándose a continuación.

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Miras el paquete con duda. Al parecer, en el paquete, al menos en el exterior, no parece haber ningún remitente. Procedes a abrir el misterioso envío. En su interior encuentras una nota manuscrita, un pendrive y una fotografía.

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